Soy de Dios.

Que le gustaba mi sonrisa decía. Que le gustaba ver mi rostro iluminado. Que le hacía sentir tranquilo porque era él el creador de esa luz, decía, que le gustaba saber que era por él esa risa.
Nada más lejos de la realidad, pero yo ciega y bruta, no lo notaba. Tan aferrado estaba a esa idea que creyó que era dueño de la mueca, y se la llevó, lo peor es que me hizo creer que sí, que sí era dueño de esa, mí sonrisa, y me dejó opaca, sin luz, en penumbras.

Yo adoraba mi sonrisa, y sobretodo quería devuelta mi luz. Pensaba entonces que tenía que traer al dueño de vuelta para que volviera con mi luz, y lo intenté una vez, y qué alegría, ¡volvió!, pero se apagaba, ¡otra!, y no duraba, y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra.

Algo anda mal, pensé. Tal vez si intento hacer memoria del inicio de esa luz en mi rostro pueda revivirla. Volví lo más atrás que pude en mi cassette. Y recordé mis mejillas gordas de pequeña, mis piececitos de empanada, y a mi madre diciendo: "Mi Camilita, hijita, serás de Dios". Instantáneamente mi luz volvió. No hay dueños, ni muecas vacías. Soy de Dios y mi sonrisa es para y por él.
La alegría de servir a Cristo en los hermanos.